Durante los meses que corren de 2011, los
medios de comunicación en nuestro país, y el mundo, han dado cuenta de las
protestas sociales en los países del norte de África, principalmente en Túnez,
Egipto y Libia, movilizaciones espontáneas que expresan un evidente descontento
social pero que están muy lejos de ser genuinas revoluciones como pretenden
hacernos creer los poderosos.
Los trabajadores de México debemos tener
siempre presente que los medios de comunicación son instrumentos al servicio de
las clases adineradas del mundo y, por tanto, presentan y explican las noticias
obedeciendo a sus intereses. A los verdaderos procesos revolucionarios, como se
viven en Cuba o Venezuela, no los difunden ni promueven los dueños del capital,
por el contrario, los atacan ferozmente.
Además, el apoyo económico, político y
militar que el gobierno de los Estados Unidos (EU) brinda a ciertas fuerzas
opositoras es también un indicador inequívoco de que, en el fondo de las
protestas, están presentes los insaciables intereses económicos del
imperialismo norteamericano.
Son
movilizaciones espontaneas porque están carentes de una dirección política y de
un claro programa de acción. Para que exista una verdadera revolución, se
requiere que el viejo modelo económico -agotado e incapaz de satisfacer las
necesidades del pueblo- sea sustituido por otro nuevo que privilegie la equidad
económica y la justicia social. Para ello, es necesaria la existencia de una dirección
política que cuente con un ideario y
proyecto de nación bien definidos, una sólida estructura organizativa, una
amplia experiencia y un contundente respaldo popular. No basta, entonces, con
salir a la calle y realizar encendidas protestas, por justas y legítimas que éstas
sean. Un movimiento revolucionario exige, además, una acertada dirección así
como un prolongado proceso de educación y organización popular.
Luego entonces, las revueltas que acontecen
en los países del norte de África no son revoluciones sociales; la caída de Ben
Alí en Túnez o Mubarak en Egipto significaron modificaciones importantes,
ciertamente, pero no son sucesos que garanticen un cambio de modelo económico en
dichos países. Sin una fuerza social organizada que defina el rumbo de la
insurrección, los resultados de ésta podrían reducirse, lamentablemente, a un
simple cambio de amos; nuevos rostros y formas pero con la misma política de
sometimiento y miseria para sus pueblos.
Por otra parte, Libia es bombardeada por EU y
la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); una descarada
intervención militar para apoderarse de su petróleo. Recordemos el caso de
Irak, donde nunca encontraron armas biológicas, asesinaron a Saddam Hussein y
después de ocho años de “libertad” y “democracia” el imperio invasor continúa asesinando iraquíes. El turno es ahora para Gadafi y el
pueblo libio.
Las movilizaciones en
África deben servir a los pueblos del mundo como lecciones de historia para convertir
el descontento popular en verdaderas luchas revolucionarias, y la intervención
militar del imperialismo norteamericano contra Libia debe ser rechazada, exigiéndosele
respeto a la soberanía de las naciones y la libre determinación de los pueblos.
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